“Algún día tendríamos que consagrar España al arcángel san Miguel,
(…)Miguel Servet, Miguel de Cervantes, Miguel de Molinos, Miguel de Unamuno
(…). Cuatro migueles que asumen y resumen las esencias de España”.
Antonio Machado.
¿Por qué Juan de la Cruz y Teresa de Jesús
se encuentran en el santoral y Miguel de Molinos, místico también y autor de
una obra de calidad literaria similar a los de los anteriores, no? Esta es la
pregunta a la que Santiago Asensio responde en su obra En el centro de la nada, una novela histórica que supera tanto en
lenguaje como en técnica narrativa, el género literario en el que está inserta
para adentrarnos, suavemente, casi sin darnos cuenta, en planteamientos
teológicos e históricos de profunda trascendencia.
Miguel de Molinos, para aquellos que como
yo no hayan oído de él, fue un religioso del siglo XVII que desarrolló en Roma
una corriente basada en la contemplación, cercana (afirma el autor) al zen,
pero dentro del marco de la religión católica, apostólica y romana. Por un tiempo sus postulados fueron
considerados ortodoxos y contaron con el apoyo del Papa y de varios cardenales.
No obstante las rencillas existentes en la corte pontificia y los intereses
franceses del momento hicieron que Miguel de Molinos pasara de ser considerado
una persona santa a ser juzgado y condenado por la Inquisición. Es decir, fue
una víctima del tiempo histórico que le tocó vivir. De haber nacido un poco
antes, probablemente su Guía Espiritual
acompañaría ahora en muchas estanterías a Cántico
espiritual o a Camino de perfección
y sería estudiada en los colegios.
Para narrar esta vida difícil y los
pensamientos de este personaje, aún más complejos, Santiago Asensio recurre a
una técnica original y fresca, pero de gran dificultad, lo que muestra su
maestría: la polifonía. El libro comienza presentando a los distintos
personajes (la gran mayoría históricos) a través de un interrogatorio de la
Inquisición para que luego cada cual adquiera voz propia y pueda construir la
biografía de Miguel de Molinos desde su perspectiva individual y sesgada. De
este modo conocemos los argumentos de quienes le apoyaron, denostaron y de
aquellos como Bernardo (cuya verdadera naturaleza es una de las sorpresas de la
novela) simplemente le observaron y acompañaron durante su encierro.
A esta polifonía
de voces se suma un castellano osado. Un lenguaje con claras reminiscencias al
uso lingüístico del siglo XVII, pero que en ningún momento queda escollado en
una burda imitación, sino que fluye permitiendo sentirnos dentro de la época
narrada y sin perder un ápice de actualidad.
Tanto por la
maestría literaria del autor como por la temática, recomiendo En el centro de la nada.