Tanto los
que hemos leído y visto El Señor de los Anillos como aquellos que se han
intentado mantener al margen del fenómeno, cada vez que oímos la palabra trasgo
nos viene una cosa a la cabeza: un ser malvado, corto de entendederas y
bastante viscoso que habita en las profundidades de la Tierra Media.
De un
plumazo las traducciones de El Señor de los Anillos lanzaron al olvido una de
las criaturas mágicas que más tradición tiene en España. Este fenómeno no es nuevo. Un ejemplo
es la traducción de San Jerónimo que fue responsable de que el Moisés de Miguel
Ángel luzca dos cuernos más que
diabólicos en la frente.
Como en el
caso de Moisés, los pobres trasgos salieron mal parados de la traducción y se
convirtieron en seres de pesadilla que jamás podrían aparecer en un relato infantil sin ser los
malos malísimos. Pero esto es un error.
En Olvidado Rey Gudú (tienen suerte todos aquellos que aún no se la
hayan leido pues podrán disfrutarla por primera vez) el trasgo es invisible
para la mayor parte de las personas. Solo pueden percibirlos aquellos con una
sensibilidad especial (como los niños). No obstante los trasgos corren el
riesgo de perder este don si se contaminan con el cariño de los humanos o si
“su nariz se colorea con demasiada frecuencia a causa del vino”. También
sienten pánico al contacto con el agua.
Pues bien, es precisamente el trasgo de Ana María Matute el que me ha
servido de inspiración para crear al compañero inseparable de Coco en El
Fantasma de Ambrosia. Por el público al que va dirigido el libro, Bruno, mi
pequeño trasgo, no siente ninguna afición por el vino, pero es un incansable
horadador de túneles que unen todas las chimeneas del mundo. Aquí os dejo un
fragmento que lo demuestra:
“Cuando consiguieron atravesarlo, Coco se quedó deslumbrado. El
pasadizo desembocó en otro más grande que daba paso a una fabulosa red de
túneles. Al contrario de lo que siempre había pensado, no eran oscuros ni
fríos. Las miles de chimeneas encendidas en la superficie filtraban una tenue
luz dorada y daban calor.
En ocasiones, las paredes de tierra se abrían, dejando paso a las
raíces de los árboles. Sobre ellas, los trasgos habían tallado las esculturas
de sus antepasados.”
Vivir en estos túneles tiene sus ventajas:
“Coco sorbió un poco. En el dulce sabor a tierra reconoció el
Shaa, la bebida de los trasgos, famosa por sus cualidades para curar.
-¡Está caliente! –se sorprendió Coco-. No te he visto calentarla.
-Los trasgos nunca tenemos que calentar nada. Es un secreto.
Nuestros túneles están conectados a todas las chimeneas del mundo y este en
concreto tiene una muy cerca. Justo ahí detrás. De modo que todo lo que guardo
se mantiene caliente.
-¿Qué pasaría si apagaran el fuego?
-Como te decía, estamos conectados a las chimeneas de todo el
mundo. Si en el hemisferio norte es verano y los humanos no las encienden, nos
abastecemos con las del sur, donde es invierno. Así nunca pasamos frío. ”
Si te interesa saber un poco más de los trasgos te invito a que
descargues el libro El Fantasma de Ambrosia en el siguiente enlace o que si
tienes alguna pregunta sobre ellos, me la dejes en el blog. Con gusto trataré de
resolverla.
Ahora bien, a ver si alguien es capaz de aclararme la siguiente
duda:
¿Los diminutos son trasgos o no?
Espero que te haya gustado este post.